La magia egipcia
Egipto es, según reclama su propia tradición más verdadera, heredera
del conocimiento atlante-hiperbóreo. Entre los misterios más fascinantes
de la enigmática civilización egipcia destaca la cualificación de sus
magos. Estos eran auténticos especialistas al servicio del estado y su
prestigio se mantuvo durante milenios.
Los magos egipcios eran
escogidos desde el nacimiento e incluso antes. Los oráculos y la
videncia mediante trances inducidos ocupaban un lugar central en la
iniciación. Tal y como ocurre hoy aún entre los lamas tibetanos, los
sacerdotes egipcios reconocían en el niño signos que lo identificaban
como la última encarnación de un mago fallecido u otra alma superior.
Estos pequeños eran apartados de sus familias y llevados a la Casa de
la Vida de algún templo, donde empezaban a recibir una educación
especial. Tras años de instrucción y una vez superadas las
correspondientes pruebas iniciáticas, el nuevo mago accedía a los
secretos del más allá y, mediante su voluntad, su mente y su voz, estaba
en condiciones de controlar la materia y la energía. El mago debe
alcanzar el dominio de heka –técnica y fuerza sobrenatural de la magia–,
que le equipara con los mismos dioses. El verdadero mago posee el
conocimiento de lo visible y de lo oculto, así como un poder superior
sobre la naturaleza.
Aquel que alcanza la suprema excelencia se
convierte en aju, término que designa uno de los catorce ka (espíritu
inmortal) del dios supremo Ra y, por extensión a un ser dotado de luz
propia. Este estado de espíritu luminoso es algo que los mortales pueden
conseguir después de la muerte, tras superar todas las pruebas
iniciáticas que les permiten traspasar las puertas del más allá,
incluyendo el juicio de Maat (justicia y verdad), en el cual se pesa su
corazón. Sin embargo, los magos pueden obtener esta transformación en
vida, como resultado de haber experimentado situaciones similares a la
de ultratumba, a través de la muerte y resurrección iniciática. Tal y
como la divinidad había logrado el equilibrio tras vencer al caos
primigenio, de donde todo surgió gracias a su voluntad y su palabra, en
el rito el mago encarna ese mismo acto creador, imitándolo fielmente y
contrarrestando así la tendencia al caos propia del mundo. Por eso, a
veces los magos tienen que involucrarse en actos destructivos, con el
fin de canalizar la tendencia maligna del desorden, representado por
Apophis, la serpiente que cada noche ataca la barca de Ra.
Es
fácil suponer que no todos los sacerdotes egipcios fueran magos, ya que
también hacían falta encargados de administrar las propiedades del
templo, controlar los almacenes, ayudar en los rituales... El sacerdote
egipcio era un intermediario que operaba ceremonias para que los dioses
actuaran, mientras que el mago ejerce como representante del dios para
que determinados hechos ocurran, manipulando las energías sobrenaturales
del trasmundo.
Dado que los dioses habían dado forma al mundo
por medio de la palabra, el mago egipcio debe ser “Justo de Voz”, (Maa
Jeru). El perfecto control de su mente y su dicción es esencial. Como
recogen las fórmulas que emplea, “realmente no es él quien realiza los
gestos y pronuncia las palabras rituales sino el propio dios”. Las
palabras mágicas exigen una pronunciación precisa (salmodiando y/o
cantando), para que su vibración interactúe con la energía que emana del
espíritu que encarna el mago y se enfoque hacia el objetivo del rito.
En ocasiones, según la necesidad inmediata, el ritual mágico puede
resumirse en una representación visualizada del concepto, lanzándose
mentalmente y siendo acompañado de la voluntad mágica, del gesto y de la
voz.
Todas las Casas de la Vida egipcias disponían de
bibliotecas donde se archivaban los papiros con los textos sagrados,
muchos de ellos atribuidos a Thot, dios de la magia y la escritura. Se
permitía a los estudiantes consultar, o a los escribas de otros templos
copiar, pero estaba prohibido entregar ese conocimiento a personas no
autorizadas. En un papiro de Abydos se cita una prohibición dirigida
para los asiáticos, tal vez como cautela contra los competidores persas,
también famosos por su magia. Algunos sacerdotes estaban especializados
en medir el tiempo, para determinar exactamente las horas del día y de
la noche, con el fin de que la liturgia se celebrara en su justo
momento, o para controlar la sucesión de las estaciones, tan importantes
en la vida del país.
Magia y medicina eran conceptos
indisolubles. Muchos de los tratados médicos que nos han llegado a
través de los papiros rescatados de las tumbas son una colección de
fórmulas del tipo de “huya el mal que habita en la sangre”. El médico
encarna, en esta visión mágica del mundo, a un dios, o bien a un aliado
de este, para combatir la enfermedad y expulsarla del cuerpo del
paciente mediante órdenes e imprecaciones.
Thot había
redactado 42 libros –los cuales posteriormente los griegos llamarían
herméticos–, que compendian toda la sabiduría revelada por los dioses a
los egipcios, incluyendo el secreto de la inmortalidad. La diosa leona
Sekhmet es la deidad principal de la medicina. Existía un sacerdocio
especial encargado de transformar en benéfico su gran poder destructivo y
reconducirlo hacia la sanación de las enfermedades.
Los magos
oficiales eran sacerdotes formados en una Casa de la Vida y realizaban
rituales de iniciación, formando parte del organigrama civil y religioso
del estado, según las funciones y especialidades que cada uno tuviera.
En este sentido, constituían una clase al servicio del gobierno de los
dioses, sus ministros en la tierra.
Durante milenios la magia
tuvo la capacidad de obrar prodigios, consiguiendo guiar el poder
político, económico, militar y religioso y obteniendo protección contra
los enemigos y éxitos de todo tipo. No obstante, el prestigio de la
magia hizo que existiera una fuerte demanda social de este tipo de
servicios por parte de la población general, lo que derivó en la
aparición de magos populares (hekay), consultados por los más variados
propósitos. Esta suerte de hechiceros, curanderos o supuestos videntes
sin cualificación ni prestigio de los auténticos magos tenía un
significado peyorativo para las personas cultas.
Pero con el
tiempo, esta superstición y pseudo-magia (igual que sucede hoy en día en
el mundo “democratizado”), fue ganando espacio en todo este mundo,
quedando la verdadera magia (la nacida del íntimo contacto con el mundo
divino), cada vez más y más relegada. En el final, el País del Nilo no
era ni la sombra de lo que un día fue. La bastarda vulgarización de sus
divinos secretos acabaría acarreando su definitiva desaparición...
Pasó el tiempo y la magia egipcia fue recuperada por Occidente.
Remontando el río de la civilización griega, uno de los grandes pilares
de la cultura europea, acabamos nuevamente en las fuentes ocultas del
Nilo. Platón, Pitágoras y la abrumadora mayoría de sabios griegos fueron
iniciados en Egipto, donde la tradición sitúa la iniciación de los
grandes taumaturgos y hombres divinos: desde Alejandro Magno hasta
Apolonio de Tiana y el propio Cristo. Gracias al hermetismo
greco-egipcio transmitido por la figura de Hermes Trismegisto (la forma
que adquirió el dios Thot durante la helenística), se realizó una
síntesis incorporada por la Gnosis y el cristianismo primigenio.
En el siglo IV d.C., Jámblico resumió la tradición mágica egipcia en su
libro “De los misterios de los egipcios”, que sería redescubierto por
el humanitarismo italiano bajo el mecenazgo de Cosme de Medici y
traducido por Marcilio Ficino en el siglo XV. Desde ese momento, este
conocimiento se extendió rápidamente por toda Europa, constituyendo una
de las fuentes fundamentales de la magia erudita del Renacimiento. Todo
esto se produjo en sincretismo con otras corrientes inspiradas en el
Hermes Gnóstico que, a lo largo de la Edad Media, también se había
difundido en el continente a través de alquimistas y ocultistas de
diverso origen.
La Tradición mágica atlante-hiperbórea tiene un
importante referente en Egipto. Cargar amuletos y talismanes, realizar
invocaciones, conjuros, hechizos y encantamiento... Es de destacar en la
magia egipcia un conjunto de técnicas mágicas destinadas a captar
espíritus y fijarlos en estatuas. De esta forma, las estatuas devienen
en vivientes, en lo que es una operación de la obra alquímica.
El modelo de la alquimia interior y del rito iniciático –con la muerte y
resurección simbólica–, consiguiendo el acceso a la divinidad...
Las técnicas desarrolladas para inducir la videncia en estados de
trance –incluyendo el empleo de espejos mágicos–, fueron especialmente
desarrolladas en el antiguo País del Nilo, como también la ciencia de
los números mágicos y las formas de la geometría sagrada asociadas a los
mismos: pentagrama, estrella de siete y ocho brazos, eneagrama...
Este simbolismo incluye la forma sublime de la pirámide como
codificación del doce (cifra de los signos zodiacales, del tiempo
cósmico y raíz del círculo de la esfera), que es el resultado de la
multiplicación de su base cuadrada por sus ángulos triangulares.
Egipto es, según reclama su propia tradición más verdadera, heredera del conocimiento atlante-hiperbóreo. Entre los misterios más fascinantes de la enigmática civilización egipcia destaca la cualificación de sus magos. Estos eran auténticos especialistas al servicio del estado y su prestigio se mantuvo durante milenios.
Los magos egipcios eran escogidos desde el nacimiento e incluso antes. Los oráculos y la videncia mediante trances inducidos ocupaban un lugar central en la iniciación. Tal y como ocurre hoy aún entre los lamas tibetanos, los sacerdotes egipcios reconocían en el niño signos que lo identificaban como la última encarnación de un mago fallecido u otra alma superior.
Estos pequeños eran apartados de sus familias y llevados a la Casa de la Vida de algún templo, donde empezaban a recibir una educación especial. Tras años de instrucción y una vez superadas las correspondientes pruebas iniciáticas, el nuevo mago accedía a los secretos del más allá y, mediante su voluntad, su mente y su voz, estaba en condiciones de controlar la materia y la energía. El mago debe alcanzar el dominio de heka –técnica y fuerza sobrenatural de la magia–, que le equipara con los mismos dioses. El verdadero mago posee el conocimiento de lo visible y de lo oculto, así como un poder superior sobre la naturaleza.
Aquel que alcanza la suprema excelencia se convierte en aju, término que designa uno de los catorce ka (espíritu inmortal) del dios supremo Ra y, por extensión a un ser dotado de luz propia. Este estado de espíritu luminoso es algo que los mortales pueden conseguir después de la muerte, tras superar todas las pruebas iniciáticas que les permiten traspasar las puertas del más allá, incluyendo el juicio de Maat (justicia y verdad), en el cual se pesa su corazón. Sin embargo, los magos pueden obtener esta transformación en vida, como resultado de haber experimentado situaciones similares a la de ultratumba, a través de la muerte y resurrección iniciática. Tal y como la divinidad había logrado el equilibrio tras vencer al caos primigenio, de donde todo surgió gracias a su voluntad y su palabra, en el rito el mago encarna ese mismo acto creador, imitándolo fielmente y contrarrestando así la tendencia al caos propia del mundo. Por eso, a veces los magos tienen que involucrarse en actos destructivos, con el fin de canalizar la tendencia maligna del desorden, representado por Apophis, la serpiente que cada noche ataca la barca de Ra.
Es fácil suponer que no todos los sacerdotes egipcios fueran magos, ya que también hacían falta encargados de administrar las propiedades del templo, controlar los almacenes, ayudar en los rituales... El sacerdote egipcio era un intermediario que operaba ceremonias para que los dioses actuaran, mientras que el mago ejerce como representante del dios para que determinados hechos ocurran, manipulando las energías sobrenaturales del trasmundo.
Dado que los dioses habían dado forma al mundo por medio de la palabra, el mago egipcio debe ser “Justo de Voz”, (Maa Jeru). El perfecto control de su mente y su dicción es esencial. Como recogen las fórmulas que emplea, “realmente no es él quien realiza los gestos y pronuncia las palabras rituales sino el propio dios”. Las palabras mágicas exigen una pronunciación precisa (salmodiando y/o cantando), para que su vibración interactúe con la energía que emana del espíritu que encarna el mago y se enfoque hacia el objetivo del rito.
En ocasiones, según la necesidad inmediata, el ritual mágico puede resumirse en una representación visualizada del concepto, lanzándose mentalmente y siendo acompañado de la voluntad mágica, del gesto y de la voz.
Todas las Casas de la Vida egipcias disponían de bibliotecas donde se archivaban los papiros con los textos sagrados, muchos de ellos atribuidos a Thot, dios de la magia y la escritura. Se permitía a los estudiantes consultar, o a los escribas de otros templos copiar, pero estaba prohibido entregar ese conocimiento a personas no autorizadas. En un papiro de Abydos se cita una prohibición dirigida para los asiáticos, tal vez como cautela contra los competidores persas, también famosos por su magia. Algunos sacerdotes estaban especializados en medir el tiempo, para determinar exactamente las horas del día y de la noche, con el fin de que la liturgia se celebrara en su justo momento, o para controlar la sucesión de las estaciones, tan importantes en la vida del país.
Magia y medicina eran conceptos indisolubles. Muchos de los tratados médicos que nos han llegado a través de los papiros rescatados de las tumbas son una colección de fórmulas del tipo de “huya el mal que habita en la sangre”. El médico encarna, en esta visión mágica del mundo, a un dios, o bien a un aliado de este, para combatir la enfermedad y expulsarla del cuerpo del paciente mediante órdenes e imprecaciones.
Thot había redactado 42 libros –los cuales posteriormente los griegos llamarían herméticos–, que compendian toda la sabiduría revelada por los dioses a los egipcios, incluyendo el secreto de la inmortalidad. La diosa leona Sekhmet es la deidad principal de la medicina. Existía un sacerdocio especial encargado de transformar en benéfico su gran poder destructivo y reconducirlo hacia la sanación de las enfermedades.
Los magos oficiales eran sacerdotes formados en una Casa de la Vida y realizaban rituales de iniciación, formando parte del organigrama civil y religioso del estado, según las funciones y especialidades que cada uno tuviera. En este sentido, constituían una clase al servicio del gobierno de los dioses, sus ministros en la tierra.
Durante milenios la magia tuvo la capacidad de obrar prodigios, consiguiendo guiar el poder político, económico, militar y religioso y obteniendo protección contra los enemigos y éxitos de todo tipo. No obstante, el prestigio de la magia hizo que existiera una fuerte demanda social de este tipo de servicios por parte de la población general, lo que derivó en la aparición de magos populares (hekay), consultados por los más variados propósitos. Esta suerte de hechiceros, curanderos o supuestos videntes sin cualificación ni prestigio de los auténticos magos tenía un significado peyorativo para las personas cultas.
Pero con el tiempo, esta superstición y pseudo-magia (igual que sucede hoy en día en el mundo “democratizado”), fue ganando espacio en todo este mundo, quedando la verdadera magia (la nacida del íntimo contacto con el mundo divino), cada vez más y más relegada. En el final, el País del Nilo no era ni la sombra de lo que un día fue. La bastarda vulgarización de sus divinos secretos acabaría acarreando su definitiva desaparición...
Pasó el tiempo y la magia egipcia fue recuperada por Occidente. Remontando el río de la civilización griega, uno de los grandes pilares de la cultura europea, acabamos nuevamente en las fuentes ocultas del Nilo. Platón, Pitágoras y la abrumadora mayoría de sabios griegos fueron iniciados en Egipto, donde la tradición sitúa la iniciación de los grandes taumaturgos y hombres divinos: desde Alejandro Magno hasta Apolonio de Tiana y el propio Cristo. Gracias al hermetismo greco-egipcio transmitido por la figura de Hermes Trismegisto (la forma que adquirió el dios Thot durante la helenística), se realizó una síntesis incorporada por la Gnosis y el cristianismo primigenio.
En el siglo IV d.C., Jámblico resumió la tradición mágica egipcia en su libro “De los misterios de los egipcios”, que sería redescubierto por el humanitarismo italiano bajo el mecenazgo de Cosme de Medici y traducido por Marcilio Ficino en el siglo XV. Desde ese momento, este conocimiento se extendió rápidamente por toda Europa, constituyendo una de las fuentes fundamentales de la magia erudita del Renacimiento. Todo esto se produjo en sincretismo con otras corrientes inspiradas en el Hermes Gnóstico que, a lo largo de la Edad Media, también se había difundido en el continente a través de alquimistas y ocultistas de diverso origen.
La Tradición mágica atlante-hiperbórea tiene un importante referente en Egipto. Cargar amuletos y talismanes, realizar invocaciones, conjuros, hechizos y encantamiento... Es de destacar en la magia egipcia un conjunto de técnicas mágicas destinadas a captar espíritus y fijarlos en estatuas. De esta forma, las estatuas devienen en vivientes, en lo que es una operación de la obra alquímica.
El modelo de la alquimia interior y del rito iniciático –con la muerte y resurección simbólica–, consiguiendo el acceso a la divinidad...
Las técnicas desarrolladas para inducir la videncia en estados de trance –incluyendo el empleo de espejos mágicos–, fueron especialmente desarrolladas en el antiguo País del Nilo, como también la ciencia de los números mágicos y las formas de la geometría sagrada asociadas a los mismos: pentagrama, estrella de siete y ocho brazos, eneagrama...
Este simbolismo incluye la forma sublime de la pirámide como codificación del doce (cifra de los signos zodiacales, del tiempo cósmico y raíz del círculo de la esfera), que es el resultado de la multiplicación de su base cuadrada por sus ángulos triangulares.
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