lunes, 4 de febrero de 2013

132JC - baco (dioniso) - 1





SRI

NRSIMHADEVA

MULTIPLY


juancas

SRI NRSIMHADEVA - MULTIPLY

Creado por juancas  del 04 de Febrero del 2013

132JC - baco (dioniso) - 1  
Jul 1, '07 8:43 AM
para Todos


BACO. En la mitología romana el Dios del vino y de la vendimia, equivalente al Dionisios griego. Astronómicamente es también representante del Sol como espíritu fecundador. Esotéricamente pertenece al grupo de los dioses solares que mueren y resucitan.

http://mythologia.bravepages.com/romana/baco.htm

http://diosbaco.blogspot.com.es/2008/03/la-historia-de-baco.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Baco
http://mythologia.bravepages.com/romana/baco.htm
http://www.e-torredebabel.com/Mitologia/mitologia-juventud/dios-Baco-M-J.htm


filosofia.laguia2000.com
el-mito-del-dios-baco-y-el-rey-. Esta historia, como todos los mitos, ...
300 × 300 - 163 k - png

diosbaco.blogspot.com
Por Dios Baco: La historia de Baco
280 × 320 - 34 k - jpg

miguelgraham.lamula.pe
FELIZ NAVIDAD DIOS BACO
235 × 300 - 13 k - jpg

elcampelloturismo.word...
Se dice que Baco, dios del vino, mandaba organizar una ...
333 × 400 - 25 k - jpg

guerrascantabras.net
Dios Baco. Ampliar imagen. Es el Diónysos de los griegos y el Baco de los ...
221 × 293 - 28 k - jpg

artehistoria.jcyl.es
El óleo representa al dios Baco, que patrocinaba la fiesta de la recolección ...
568 × 720 - 48 k - jpg

conocerlaesencia.blogs...
... de dos dioses: Baco (Dionisos en versión latina) y Saturno, el dios ...
806 × 1024 - 288 k - jpg

wiccanos-lunae.blogspo...
Baco, dios del vino, era hijo de Júpiter y Semelé.
246 × 380 - 22 k - jpg

lamiradaexcitada.blogs...
El bar del barrio, Dios Baco y yo
458 × 591 - 216 k - jpg

artehistoria.jcyl.es
Al igual que ocurría con su Baco enfermo, probablemente nos encontramos ante ...
638 × 720 - 71 k - jpg

favorealoleo.blogspot.com
El Dios Baco
216 × 320 - 31 k - jpg

abcdioses.noneto.com
La leyenda popular del nacimiento de Dionisos es muy interesante.
176 × 400 - 8 k - jpg

edistribucion.es
Dioniso (Baco)
1886 × 2480 - 3677 k - jpg

javierdiazgil.blogspot...
El dios Dioniso/Baco y los poetas
241 × 320 - 28 k - jpg

cog-ff.com
¡Ninguno de otra manera que Baco -- el Dios de vino!
277 × 182 - 36 k - gif

librodearena.com
En el culto al dios Baco las doncellas subían en procesión a un monte ...
564 × 1000 - 145 k - jpg

desdebunker.blogspot.com
El Dios de la farra y la barra
400 × 352 - 28 k - jpg

wiccanos-lunae.blogspo...
Dios Baco
380 × 496 - 40 k - jpg

regalosboga.blogspot.com
MASCARA VENECIANA DIOS BACO
270 × 400 - 40 k - jpg

papelpintadoyvinilos.com
El Dios Baco (detalle de las frutas) AOD10362
900 × 700 - 155 k - jpg



http://k39.kn3.net/0114664D6.jpg
Baco
Baco
Otro de los dioses romanos importantes era Baco, quien es el dios del vino, de la vid y de la vegetación, pero también del baile y los placeres de la vida en general. Baco es el dios equivalente a Dionisios en la mitología Griega. Es el hijo de Semele y Júpiter. Tal como ocurrió con Apolo, cuya madre debió exiliarse para darlo a luz por los celos de Juno, Semele intentó escapar pero murió fulminada por Juno. Selene murió muy joven, antes de que Baco naciera. Es así que el propio Júpiter debió albergarlo en su muslo, ya que el pequeño no estaba listo para nacer al momento que falleció su madre.

Por supuesto que Juno no quería saber nada con Baco, de hecho quería su muerte a toda costa,, es por eso que Júpiter lo escondió luego de nacer en los dominios del rey Athamas, quien lo disfrazó de una chica para disimular. Más tarde Mercurio lo convirtió en ciervo y se los encomendó a las ninfas. Con ellas Baco creó el vino. Así fue su vida de joven, pero de adulto no mejoraría demasiado, ya que Juno lo reconoció e hizo que Baco se volviera loco. Sin embargo, Rea, su abuela le devolvió la razón.

Un detalle interesante es que Baco quería asegurar su descendencia, pero como era solo un semidios, debió bajar a los infiernos a buscar a su madre. Plutón no opuso resistencia a esto, ya que Baco le obsequió su flor preferida, el mirlo como trueque. Es así que Baco encontró a su madre Semele y la llevó al Olimpo, donde la admitieron bajo el nombre de Tione. De esta forma Baco fue reconocido como uno de los 12 dioses del Olimpo.


Tomado de: http://e-historia.es/mitologia/el-dios-baco

Gianlorenzo Bernini

Simon Schama's Bernini

davidwebb091370davidwebb091370

PLAYLIST de Juan Castañeira



Subido el 08/07/2011
Released in 2006 in the U.K., this clip is part of a video of a Simon Schama BBC TV series entitled "Power of Art" which narrates the life and art of the leading Italian sculptor and prominent architect of his time, Gian Lorenzo Bernini.

DIONISO Y ARIADNA; TESEO


Desde una roca, Ariadna contempla a Fedra en el columpio. Absorta, espera. Son dos jóvenes princesas, en Cnosos. Hijas de Minos y Pasífae. Tienen numerosos hermanos y hermanas. Incluso un hermanastro, Asterio, con cabeza de toro. Su padre es el gran toro blanco amado por Pasífae. Asterio está encerrado en un edificio construido por un artífice ateniense fugitivo, porque – se dice – había matado a alguien. Hecho realmente extraño, esa construcción cubierta. Las princesas ya conocían el laberinto, pero ante los ojos de todos: era una explanada para la danza. No sabían, nadie se lo habría dicho, que cuando los atenienses comenzaron a ocuparse demasiado de los griegos y su padre Minos preparaba el asalto del continente, había llegado también el momento de cubrir los propios secretos, y avergonzarse al fin de ellos. El ateniense Dédalo construye en Creta un edificio que esconde detrás de la piedra tanto el misterio (el trazado por la danza) como la vergüenza (Asterio, el Minotauro). Desde entonces, y hasta hoy, el misterio es también aquello de lo que nos avergonzamos.

Este paso, a vez, dependía del transcurso de los acontecimientos en la historia de las metamorfosis. Las formas se manifestaban en el momento en que se transformaban. Y cada forma tenía una perfecta nitidez, mientras permanecía idéntica. Pero se sabía que un instante después podía ser sustituida por otra. Con Europa e Io sigue interviniendo el velo epifánico. El toro mugiente y la ternera loca reaparecen un cierto día como dios y doncella. Con el paso de las generaciones, en cambio, la metamorfosis se hace más difícil, y cada vez se muestra más evidente el carácter fatal de la realidad: Io irreversible. Desde entonces Pasífae deberá ocultarse en el interior de una ternera de madera, un enorme juguete con ruedas. Y ese juguete será empujado hasta el prado de Gortina, donde pace el toro deseado. De su conjunción nace una criatura que jamás podrá volver a ser bestia ni hombre. Es un híbrido para siempre. Y de la misma manera que el artífice había inventado un objeto inanimado para exponer a la madre, deberá inventar otro objeto, el laberinto, para ocultar al hijo. Se dará muerte al Minotauro. Pasífae morirá prisionera, avergonzada. Ya no se podía acceder a las formas y regresar. Es necesario construir objetos y generar monstruos para que siga reinando el poder de la metamorfosis, pues ya está gastado y rasgado el velo epifánico.

“Ya que en Creta era costumbre que también las mujeres asistieran a los juegos, Ariadna, presente, se quedó atónita ante la aparición de Teseo y admiró su bravura cuando, uno después de otro, superó a todos los adversarios.” Mientras Ariadna fija la mirada en el Extranjero, Creta se extingue. Antes que ser traicionada, Ariadna ha preferido traicionar su isla.

Dioniso la corteja, después la acusa, después la mata, después la reencuentra, después la convierte en la corona del cielo septentrional: Corona Boreal. Pero se trata de un Dioniso diferente del que había conocido Ariadna en su infancia. Entonces ni siquiera se llamaba Dioniso. Era el Toro: el Toro total, que cae del cielo como Zeus, emerge de las aguas como Posidón, pace bajo los plátanos de Gortina. Rodeaba todo, estaba en la miel y en la sangre de las ofrendas, estaba en los ágiles cuernos que delimitaban los altares, en los bucráneos pintados a lo largo de los muros del palacio. Muchachos con brazales, taparrabos y cabellos ondulados le aferraban por los cuernos a la carrera. Desde siempre, el Toro seguía a Ariadna, la acompañaba, la acechaba.

Ahora el Toro se aleja y se avecina el héroe ateniense. Parecen enemigos, pero se acercan con soltura. La escena ya está preparada. A Ariadna ya no le esperan historias monstruosas, sino historias sórdidas. No el palacio infantil y real, sino los pórticos y la plaza, donde hombres astutos y duros aprovechan la primera ocasión para herirse por la espalda, donde la palabra, que en la isla servía para hacer las cuentas de las reservas de provisiones, se vuelve soberana, vibrante y reverenciada. Ariadna no llegaría a ver todo esto: se quedó a mitad de camino, en otra isla, árida y rocosa. Se durmió para que desaparecieran aquel dios y aquel hombre que por su naturaleza sólo deben aparecer y desaparecer. (págs. 18-20, Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso).

Teseo no abandona a Ariadna por un motivo, ni por otra mujer, sino porque Ariadna escapa de su memoria, en un momento que equivale a todos los momentos. Cuando Teseo se distrae, alguien está perdido. Ariadna ha ayudado al Extranjero a matar al hermanastro de cabeza de toro, ha abandonado el palacio de los suyos, está dispuesta a lavar los pies de Teseo en Atenas, como una sierva. Pero Teseo no se acuerda, ya piensa en otra cosa. Y el lugar donde Ariadna permanece se vuelve, de una vez para siempre, el paisaje del amor abandonado. Teseo no es cruel porque abandone a Ariadna. Su crueldad se confundiría entonces con la de muchos. Teseo es cruel porque abandona a Ariadna en la isla de Naxos. No en la casa donde se ha nacido, y menos aún la casa donde se esperaba ser acogido, y ni siquiera un lugar intermedio. Es una playa, batida por olas ensordecedoras, un lugar abstracto al que sólo acuden las algas. Es la isla que nadie habita, el lugar de la obsesión circular, del que no hay salida. Todo ostenta la muerte. Es un lugar del alma.

Del cuerpo de Ariadna abandonada caen una tras otra todas sus vestiduras. Y es una escena de luto. Inmóvil como una estatua de Bacante, recién despertada, la hija de Minos mira en lontananza hacia el eterno ausente, allí donde ya ha desaparecido la veloz nave de Teseo, y su mente oscila entre las altas olas. Cae de los cabellos rubios la ligera cinta que los retenía, el manto deja el pecho al descubierto, los blancos senos ya no están sujetos por la faja. Una tras otra aparecen esparcidas a sus pies las ropas con las que había partido para siempre. Las olas juegan con ellas entre las algas y la arena.

Mientras Ariadna contemplaba, desnuda, la vacía lejanía, y pensaba que le habría gustado estar en Atenas, esposa de Teseo, y prepararle la cama donde ni siquiera entraría, y ayudar a la otra que, por el contrario, entraría en aquel lecho, y ofrecer a Teseo una jofaina de agua en la que lavarse las manos después del banquete, mientras Ariadna enumeraba en su mente aun las más menudas muestras de servidumbre que le habría gustado ofrecer al amante desvanecido, un nuevo pensamiento la rozó: quizá otra mujer había vivido sentimientos semejantes a los suyos, su entrega y su abyección no eran únicas, como al comienzo le había gustado decirse. ¿Y quién era esa otra? La reina, la omnirresplandeciente, la desvergonzada, su madre, Pasífae. En el fondo también ella, encerrada en una ternera de madera con ruedas, tosco y pesado juguete coloreado, había aceptado servir de criada a un mayoral cualquiera. Había agachado el cuello para que la uncieran, había balbucido palabras de amor a un obtuso toro que mordisqueaba la hierba. Oculta en la oscuridad sofocante y en el olor de la madera, le estorbaba la flauta del mayoral porque aspiraba a oír un único sonido: el del toro blanco mugiente.

Después asaltó a Ariadna otra idea, consecuencia de la primera: si ella, Ariadna, no hacía más que repetir la pasión de la madre Pasífae, si ella era Pasífae, entonces Teseo era el toro. Pero Teseo había matado a su hermano el toro, y precisamente con la ayuda de ella, Ariadna. ¿Había entonces ayudado a Teseo a matarse? ¿O las únicas muertas, en esta historia, eran siempre ellas, Pasífae ahorcada y la propia Ariadna, que se disponía a ahorcarse, y su hermana Fedra, que un día se ahorcaría? Los toros, en cambio, y sus matadores parecían relevarse perennemente, como si para ellos matar y ser muertos fuera una alternancia como desvestirse y vestirse. El toro no conocía la muerte perpendicular y última, arrancada a la tierra, de la ahorcada.

Cuando la proa de esmalte azul de la nave ateniense arribó a Creta, cuando Teseo detuvo al soberano Minos que se apoderaba, como siempre, de una de las doncellas atenienses, cuando Teseo venció en los juegos al odioso e imponente general Toro, que solía derrotar a todos, Ariadna comenzó a pensar que tal vez aquel extranjero irreverente podía ser capaz de romper el cerco taurino que aprisionaba a su familia. Traicionó entonces al toro divino, que la había deslumbrado en una gruta, traicionó al hermano toro, traicionó a la madre loca por el toro, traicionó al padre que había evitado sacrificar al toro blanco aparecido en el mar y que lo había enviado a pastar, porque era demasiado hermoso para morir. Al término de tantas traiciones, se encontró en una playa desierta, abandonada por Teseo. Pero no había conseguido escapar del toro.

Cuando apareció Dioniso, falso y seductor, demasiado puntual y demasiado alegre, Ariadna sintió que de algún modo Dioniso y Teseo no eran rivales, sino cómplices. En el clamor de las flautas y de los tamboriles, Dioniso ahogó aquel pensamiento. Ariadna quedó deslumbrada por la gloria divina que Dioniso le ofrecía. Y dedicó un invisible guiño a Teseo, que precisamente había suscitado aquella gloria con su perfidia. Percibía la astucia de la historia: si Teseo no hubiera sido perjuro (pero había jurado por Atenea, recordó con dolor, y Atenea desprecia las bodas), Dioniso no la habría elevado hasta él. Inútil llorar como una muchacha del campo, cuando se está al lado de un dios. Pero Dioniso no está al lado de nadie. Un dios jamás es presencia constante. Y Dioniso ya partía con su clamoroso cortejo, hacia la India. Ariadna estaba de nuevo sola.

Cuando reapareció el dios, cargado de tesoros y de esclavos, Ariadna contempló el triunfo y captó la mirada amorosa que Dioniso dirigía a una joven india, hija del rey, perdida entre sus presas orientales. Un día, Ariadna se vio de nuevo llorando en una playa, con los cabellos sueltos al viento. En su soberbia ligereza, Dioniso la había salvado de la culpa de un hombre para repetir poco después la misma culpa, y por tanto agravándola, exaltándola. Aquella concubina india contaminaba su lecho. Ariadna lloraba y sufría un pensamiento martilleante: ¡que Teseo nunca lo sepa! Qué ingenuidad... ¿No estaba claro que Dioniso y Teseo eran falsos enemigos? En aquellas figuras opuestas se repetía un mismo hombre que seguía traicionándola, mientras ella seguía dejándose abandonar. “Me he acostumbrado a amar para siempre a un hombre.” Aquella capacidad de amar para siempre era una condena, le arrebataba cualquier esperanza de escapar a su cerco, a su corona resplandeciente.

Toda la historia de Ariadna está tramada en una corona. “Llega mon cousin”, pensó la joven princesa de Cnosos cuando le dijeron que Dioniso había desembarcado en la isla. Jamás había visto a ese pariente suyo – bellísimo, decían -, que había nacido de la pira de la madre. Dioniso, cuando se le apareció, no quiso detenerse en el palacio. La cogió de la muñeca y la llevó a una de las muchas grutas de Creta. Y allí la oscuridad había sido herida por una corona deslumbrante. Oro como fuego y gemas indias. Dioniso ofreció la corona a Ariadna como regalo por aquellas primeras nupcias. La corona, señal de lo que es perfecto, “heraldo del silencio propicio”, había sido una seducción envolvente. Pero, según la lengua griega, “seducir” quiere decir “destruir”: phthreírein. La corona es la perfección del engaño, es el engaño que se cierra en sí mismo, es la perfección que incluye en sí el engaño.

Cuando Ariadna fijó la mirada en la belleza de Teseo, ya no era una doncella que juega con sus hermanas en el palacio de Cnosos. Era esposa de un dios, aunque nadie conociera las nupcias. El único testigo había sido aquella corona resplandeciente. Pero también Teseo surgió del palacio submarino del padre Posidón llevando en la mano una corona hecha de goteantes florecillas de manzano, que irradiaban luz. La regaló a Ariadna, de igual manera que Dioniso le había regalado su corona. Y al mismo tiempo Ariadna regalaba la corona de Dioniso a Teseo. Por una parte Teseo repetía un gesto del dios, por otra Ariadna traicionaba al dios para que el Extranjero pudiera matar al Minotauro, que pertenecía al dios toro. Teseo se adentró por los corredores oscuros del laberinto guiado por la luz de la corona resplandeciente. Bajo aquella luz destelló su espada antes de hundirse en el cuerpo del joven de cabeza de toro. Así Ariadna exaltaba el engaño: traicionaba al esposo divino y además ofrecía un regalo nupcial al hombre que estaba ocupando su lugar.

Pero ¿el engaño no estaba ya en el origen, en el don del dios? Ariadna es engañada en el mismo momento en que engaña: cree que Teseo es contrario al dios, le ve como el hombre que la llevará a Atenas, como esposa, fuera del círculo del toro. En Naxos, cuando reapareció, Dioniso blandía una corona radiante. Ariadna la contemplaba y pensaba en las restantes coronas que habían sido para ella el origen de todos los engaños. En ese momento sabía que aquella corona había sido siempre la misma. La historia había terminado realmente; prisionera de aquella corona radiante, Ariadna permanecía solitaria en el cielo: Corona Boreal. (págs. 25-26, Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso).

EL PEPLO DE ARIADNA


Los dones de los dioses están envenenados, marcados por la señal nefasta de lo invisible cuando se vuelve palpable. Al pasar de mano en mano, sueltan su veneno. El collar regalado por Afrodita y el peplo regalado por Atenea a Harmonía para sus nupcias con Cadmo provocaron una matanza de héroes durante dos generaciones, de la expedición de los Siete contra Tebas a las venganzas de los Epígonos. Así ocurrió también con el sagrado peplo de púrpura sobre el que Dioniso se había adormilado con la cabeza apoyada en los hermosos senos de Ariadna. Brillaba en la arena de Naxos. Esa tela impregnada de felicidad se convirtió un día en la bandera del abandono, de la traición, del asesinato. Pero el perfume de Dioniso no se dispersaba, y el “dulce deseo” de tocar y contemplar aquel peplo jamás se agotaba. Las Cárites lo habían tejido para Dioniso, Dioniso se había envuelto en él con Ariadna. Después lo había regalado a su hijo Toante. Toante lo había regalado a su hija Hipsípile, que lo regaló a su amante Jasón antes de ser abandonada por él. Y el peplo de púrpura de Dioniso fue el regalo que Jasón y Medea prepararon para Apsirto, hermano de Medea, cuando decidieron matarle.

Todo ocurrió sin testigos, en el oscuro islote de la desembocadura del Danubio donde los brigios habían levantado un templo a Artemis. En torno a él no se veía otra huella humana. Medea esperaba al hermano en el vestíbulo del templo. Jasón estaba al acecho en la oscuridad. Medea apartó los ojos y los cubrió con el velo blanco mientras Jasón abatía a Apsirto, con el gesto de un matarife de bovinos. Apsirto cayó de rodillas como un toro de poderosa testuz. Antes de morir, recogió en las manos la sangre negra y consiguió embadurnar con ella el velo blanco de la hermana. Jasón dio una vuelta alrededor del cadáver y le cortó las manos, los pies y las orejas. Primicias. Por tres veces lamió la sangre del muerto y la escupió en su boca. Medea alzó la antorcha, señal convenida con los compañeros de su amado.

Nietas del Sol, Ariadna y Medea podían reconocerse inmediatamente como parientas por una cierta luz dorada que desprendían de los ojos. Habían nacidos lejos, por el extremo sur y el extremo norte de la tierra. Ambas ayudaron a un extranjero, por él fueron raptadas, por él abandonadas. Jamás se encontraron. Comunicaron en una tela. Las manos de ambas habían palpado aquel peplo púrpura, tejido para un dios y que conservaba la fragancia de su cuerpo desvanecido. (Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Roberto Calasso).

DIONISO EN EL HADES. EN BUSCA DE SU MADRE SÉMELE.


Dioniso vagaba por Grecia en busca de una boca del Hades. Quería acceder al reino subterráneo para devolver a la luz a su madre Sémele. Se encontró un día en las orillas de un lago de aguas demasiado inmóviles, cerca de Lerna. Lo llamaban el lago Alcionio. El agua era firme como el metal. Alrededor, cañas y hierbas palustres se doblaban al viento, en silencio. Dioniso vio que Prosimno (¿o se llamaba Polimno?) iba a su encuentro. Le preguntó el camino del Hades. Prosimno dijo que se lo mostraría, si Dioniso se dejaba hacer el amor a su regreso del Hades. Finalmente se acercaron al agua. Nadie podía imaginar algo más tranquilo que aquella superficie compacta. Pero el pequeño espejo del agua no tenía fondo. Quien se atreviera a nadar allí sería absorbido hacia abajo, sin fin. En esas aguas, dijo Prosimno, debía zambullirse Dioniso para alcanzar el Hades.

Nadie ha hablado sobre la conclusión del viaje de Dioniso al Hades, a excepción de un Padre de la Iglesia. Con la brutalidad de esos nuevos cristianos que en un tiempo habían sido iniciados en los misterios, Clemente de Alejandría ha narrado la historia de cómo Dioniso se sodomizó a sí mismo: “Dioniso deseaba descender al Hades y no conocía el camino, cuando un tal Prosimno promete indicárselo, pero no sin una compensación (misthós); y esa compensación no era una cosa buena, pero fue bastante buena para Dioniso; se refería ese favor, esa compensación pedida a Dioniso, a los placeres de Afrodita; el dios acepta la petición y promete satisfacerla si consigue regresar, reforzando con un juramento su promesa. Aleccionado sobre el camino a seguir, se aleja; finalmente regresa; pero no encuentra a Prosimno (que mientras tanto había muerto); decidido a cumplir con su amante, Dioniso se dirige a su tumba, lleno de deseo amoroso. Corta una rama de higuera, que tiene delante, y después de haberle dado forma de miembro viril se introduce esa rama, cumpliendo la promesa al muerto.”

Dioniso no fue el único dios que tuvo necesidad de preguntar a un hombre el camino del Hades. También Deméter, errante en busca de Core, tuvo que interrogar a Céleo, rey de Eleusis, acerca del lugar donde podría recuperar a la hija. Céleo señaló el Hades. Como “compensación (misthós), Deméter le dio el pan, pero también le permitió unirse “ilícitamente” con su cuerpo. Esta vez no es un Padre de la Iglesia, sino un oscuro escoliasta quien nos habla. Gregorio Nacianceno “se avergüenza” de decir “las cosas que Deméter hace y las que sufre.” El escándalo de Gregorio está motivado precisamente Deméter, la diosa de los thesmoí, de las leyes más augustas, acepta darse athésmós, “sin ley”, a un mortal. Y de esa unión nacería un hijo “por necesidad mortal”, dirá un himno órfico. Este es el punto de máxima inversión del orden. ¿Cómo puede Ananque, la Necesidad, que es más divina que los dioses porque procede a los dioses, volverse ahora “mortal”, y como tal someter a una diosa? Esta humillación de la diosa sucedió en Eleusis, y marcó un paso irreversible en la historia de los Olímpicos. ¿Qué había empujado a Dioniso y Deméter a dar ese paso?

La crisis eleusina fue provocada por la manifestación en el Olimpo de una nueva curiosidad por la muerte. Zeus concedía a Hades su hija Core. Deméter se entregaba a un mortal. Para saber algo más sobre la muerte los dioses tuvieron que dirigirse a los hombres, que sólo sobre ese punto sabían algo más que ellos. Y, para pedir ayuda a un hombre, Dioniso y Deméter tuvieron que prostituirse. Para los dioses, darse a los hombres es como para los hombres darse a la muerte: todos los muertos deben llevar consigo una moneda para pagar el pasaje al Hades. El dios no conoce la moneda, por lo tanto da su cuerpo. Al fin y al cabo, visto desde el Olimpo, los hombres ya son unos muertos, porque llevan consigo la muerte.

De la misma manera que Perséfone se dejó raptar por el señor de los muertos, también Dioniso recogió una rama de higuera de la estela de un muerto y se dejó penetrar por ella, o Deméter se entregó al mortal Céleo. El recuerdo de esa divina prostitución permaneció profundamente enterrado en los misterios. La desconoceríamos, de no ser por la vehemencia vindicativa de un Padre de la Iglesia y la locuacidad de un escoliasta que aludieron a ella. Pero, una vez exhumados esos gestos del silencio, muchas voces corren a manifestar una complicidad entre Dioniso y Deméter por sus amores en el camino del Hades.

En Lerna, cerca del lago donde Dioniso fue absorbido, se veneraba a Deméter Prosimna. Y Polimnia, paredra de Polimno, que es la otra forma del nombre Prosimno, era madre de Filamón, fundador de los misterios de Lerna. Otra Polimnia es también nombrada como madre del niño Triptólemo, que esparce por el mundo, desde su carro alado, las espigas de Deméter. Y el padre sería Céleo: por consiguiente, esta Polimnia ocupa el lugar de Deméter. Una ninfa nodriza de Dioniso se llama Polimno. Y polýymnos era un epíteto de Dioniso, antes de pasar a significar “puta”. En este ultimo pasaje, acude en nuestra ayuda Platón. Polimnia es fundamentalmente una de las Musas, patrona del canto lírico, personal. Pero en El Banquete se precisa que Polimnia es una musa terrible, devota ya no del “bello amor, que es celestial, y es el de la musa Urania”, sino del eros pándémos, el que se concede a todos. La prostitución divina y el canto lírico van unidos en la oscuridad. Entre los muchos que acogieron a Deméter errante se contó también Fítalo, que reinaba a lo largo del Cefiso, en el camino a Eleusis. La comitiva que iba de Atenas a Eleusis paraba siempre a descansar en este lugar, llamado “Sagrada Higuera”, donde seguía creciendo el árbol donado por Deméter, bajo un tejado de tejas que los sacerdotes eleusinos se preocupaban de reparar periódicamente. En la tumba de Fítalo se leía: “Héroe y rey, Fítalo acogió aquí a la majestuosa Deméter, cuando por primera vez ella hizo aparecer el primer fruto del otoño, que la estirpe de los mortales llama higo sagrado.”

Descendiendo a los infiernos para rescatar a su madre Sémele, Dioniso se encontró frente a Hades, como un espejo. Sus mismos ojos le miraban. Hades le dijo que liberaría a Sémele, pero sólo a condición de que Dioniso le cediera algo muy querido. Dioniso reflexionó. Luego su mano ofreció un ramito de mirto al soberano de lo invisible. Hades aceptó. ¿Por qué esa humilde planta podía sellar un pacto portentoso? De mirto se coronaban los esposos en la tierra. Y Hades estaba ávido de bodas. Quería que el reino de la muerte se mezclara con el reino erótico. No para dominarlo, ni para subyugarlo: en efecto, Hades permitió la ascensión celeste de la amante de Zeus, la mortal Sémele, “por licencia de las Parcas.” Lo que quería era otra cosa: la mezcla. El mirto era la planta de Afrodita, antes que de Dioniso, y hasta entonces sólo había sido la fragancia, arbitraria y fugaz, del encuentro amoroso. A partir de entonces se difundiría en el aire también el aroma de otro mundo, desconocido. Así que el mirto se volvió planta erótica y luctuosa.

Dioniso reapareció en la tierra, llevando de la mano a su madre Sémele, allí donde después se alzó la ciudad de Trecén. (págs. 195-198, Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso).
 

ARTEMIS Y AURA: DIONISO Y PALENE


Hay un toma y daca entre los dioses, una rigurosa contabilidad, que se difunde a través de las eras. Artemis fue un útil sicario para Dioniso cuando se trató de matar a Ariadna. Pero un día también Artemis, la virgen orgullosa, necesitó, con estupor, de aquel dios promiscuo e impuro. También ella tuvo que pedir a alguien que matara por su cuenta, y le dejó elegir las armas. Le tocó a Dioniso.

Un mortal se había reído de ella. Aura, una doncella de las montañas, alta, de brazos enjutos, de piernas rápidas como un soplo de viento. Sólo luchaba con jabalíes y leones, desdeñaba como presa los animales más débiles. No desdeñaba menos a Afrodita y sus obras. Apreciaba únicamente la virginidad y la fuerza. Un día caluroso, mientras dormía sobre unas ramas de laurel, Aura fue turbada por un sueño: Eros, como un salvaje torbellino, ofrecía a Afrodita y Adonis una leona, de la que se había apoderado con un cinturón encantado. (¿Quizá el de la propia Afrodita? ¿El adorno erótico se había convertido acaso en un arma para capturar las fieras?) Aura se veía, en el sueño, junto a Afrodita y Adonis, con los brazos apoyados en sus hombros. Era un grupo delicado y floreciente. Eros aparecía con la leona y presentaba a su presa con estas palabras: "Diosa de las guirnaldas, te traigo a Aura, la doncella que sólo ama la virginidad. El cinturón ha doblegado la obtusa voluntad de la leona invencible.” Aura se despertó angustiada. Por primera vez se había visto desdoblada: era la presa, a la vez que la cazadora que contempla la presa. Se enfureció con el laurel, y por tanto con Dafne: ¿por qué una virgen le había enviado ese sueño digno de una prostituta? Después olvidó el sueño.

Otro día caluroso, Aura conducía el carro de Artemis a las cascadas del Sangario, donde la diosa quería bañarse. Junto al carro, las siervas de la diosa se habían quitado la cinta de la frente, alzaban el borde de la túnica, descubrían las rodillas al correr. Eran las vírgenes hiperbóreas. Upis quitó el arco de los hombros de Artemis y Ecaerge el carcaj. Loso le desató las sandalias. Artemis entró en el agua con cautela. Mantenía las piernas juntas y levantaba la túnica apenas el agua la lamia. Aura le dirigió una impía mirada escrutadora. Estudiaba el cuerpo de su dueña. Después nadó a su alrededor, estirándose por completo en el agua. Se paró junto a la diosa, se sacudió unas gotas de los senos, y dijo: “Artemis, ¿por qué tus senos son blandos e hinchados, por qué tus mejillas tienen un rosado esplendor? No eres como Atenea, que tiene el pecho liso como un muchacho. Contempla mi cuerpo, fragante de vigor. Mis senos son redondos como escudos. Mi piel es tensa como una cuerda. Puede que seas más idónea para utilizar, para sufrir las flechas de Eros. Nadie pensaría, al verte, en la inviolable virginidad.” Artemis la escuchó en silencio. “Sus ojos despedían chispas asesinas.” Saltó fuera del agua, se puso la túnica y el cinturón. Desapareció sin decir palabras.

Se dirigió inmediatamente a pedir consejo a Némesis, en las cumbres del Tauro. Como siempre, la encontró sentada ante su rueca. Un grifo estaba encaramado en su trono. Némesis se acordaba de muchos ultrajes a Artemis. Pero siempre por parte de hombres, o en todo caso de una mujer fecunda, como Níobe, entonces una húmeda roca entre aquellas montañas. ¿O se trataba quizá de la vieja comedia matrimonial? ¿Quizá Zeus la seguía acuciando para que se casara? No, dijo Artemis, esta vez era una virgen, la hija de Lelanto. No se atrevía a repetir las calumnias que Aura había aventurado acerca de su cuerpo y sus senos. Némesis dijo que no petrificaría a Aura como a Níobe. Entre otras cosas eran parientas, aquella muchacha pertenecía a la antigua estirpe de los Titanes, como la misma Némesis. Pero le arrebataría la virginidad, quizá un castigo no menos cruel. Esta vez el encargado sería Dioniso. Artemis asintió. Como para anticiparle el sabor de su destino, Némesis se presentó ante Aura con el carro arrastrado por los grifos. Para que la altiva cabeza de Aura se doblegara, le azotó el cuello con su fusta de serpientes. Y el cuerpo de Aura fue invadido por la rueda de la necesidad.

Dioniso ya podía intervenir. En su última aventura había encontrado otra doncella guerrera: Palene. Con ella le había ocurrido algo sin precedentes en sus numerosas historias. Había tenido que disputar una lucha con Palene delante de los espectadores, y sobre todo delante de su incestuoso padre. Palene había aparecido en la explanada cubierta de arena con sus largas trenzas alrededor del cuello y una faja roja alrededor del pecho. Un pedazo de tela blanca apenas le cubría el pubis. Su piel estaba reluciente de aceite. La lucha fue larga. De vez en cuando, Dioniso se descubría estrechando la palma de una mano deliciosamente blanca. Y más que doblegarlo, deseaba tocar aquel cuerpo. Quería retrasar aquella victoria voluptuosa, pero mientras tanto notaba que jadeaba como un mortal cualquiera. Bastó un instante de distracción para que Palene intentara levantar a Dioniso y derribarle. Esto era demasiado. Dioniso se soltó y consiguió levantar a su vez a su adversaria. Pero después acabó por depositarla en el suelo con cierta delicadeza, mientras sus ojos furtivos vagaban por su cuerpo, por su abundante cabellera esparcida en el polvo. Y Palene ya estaba de nuevo de pie. Entonces Dioniso quiso derribarla en serio, con una presa en la nuca, mientras intentaba hacerle doblar una rodilla. Pero calculó mal y perdió el equilibrio. Sintió el polvo en la espalda, mientras Palene cabalgaba sobre su vientre. Un instante después, Palene se soltó y dejó a Dioniso en el suelo. Pero al instante siguiente, Dioniso consiguió derribarla. Estaban empatados y Palene habría querido proseguir. Entonces intervino el padre Sitón, para conceder la victoria a Dioniso. El dios, empapado en sudor, levantó la mirada hasta el rey que se acercaba para premiarle y le atravesó con el tirso. Aquel asesino debía en cualquier caso morir. Y Dioniso ofreció a la hija el tirso goteante de la sangre del padre, como don amoroso. Ahora le aguardaban las nupcias.

En el clamor de la fiesta, Palene lloraba al padre cruel, pero a pesar de todo su padre. Con dulzura, Dioniso le mostraba las cabezas roídas por los vientos de sus anteriores pretendientes, clavadas ante las puertas como primicias de la cosecha. Y, para calmarla, le decía que no podía ser hija de aquel hombre horrendo. Quizá un dios, quizás Hermes, quizá Ares, era su verdadero padre. Mientras pronunciaba estas palabras, Dioniso ya sentía una vaga impaciencia. Palene era ya una amante domada. Pronto se convertiría en una fiel, como tantas otras. Pero sólo una vez había experimentado Dioniso la emoción de encontrarse abrazado en el polvo con una mujer que deseaba, sin ni siquiera conseguir dominarla. Sintió nostalgia de un cuerpo inasible.

Desapareció a solas en las montañas. Seguía pensando en una mujer fuerte y arisca, capaz de gopearle no menos de lo que él fuera capaz de golpearla a ella. Se estaba acercando el momento en que Eros le hiciera delirar por un cuerpo aún más inaprehensible. Dioniso advertía por las veloces ráfagas de viento que en aquellos bosques se ocultaba una mujer todavía más fuerte, más bella y hostil que la luchadora Palene: Aura. Y ya sabía que escaparía de él, que jamás se rendiría. Por una vez, Dioniso caminaba a solas y en silencio, aliviado por la ausencia de las Bacantes. Escondido detrás de un matorral, vislumbró un muslo blanco de Aura que entraba en el oscuro follaje. Alrededor los perros ladraban. Entonces Dioniso se sintió derretir como una mujer. Nunca se había visto tan desarmado. Hablar con aquella doncella le parecía inútil, igual que hablar con una encina. Pero una Amadríada, que habitaba en las raíces de un pino, le dio la respuesta que buscaba: nunca se encontraría con Aura en un lecho. Sólo en el bosque, y si la ataba de pies y manos, conseguiría poseerla. Y que se acordara de no dejarle regalo alguno.

Mientras Dioniso dormía, exhausto, se le apareció Ariadna una vez más. ¿Por qué abandonaba a todas las mujeres, como la había abandonado a ella? ¿Por qué Palene, a la que tanto había deseado mientras rodaban juntos por la arena, se borraba ahora de su mente? En el fondo, Teseo había sido mejor que él. Al final, Ariadna tuvo también un gesto irónico. Le dio un huso para tejer y le rogó que se lo regalara a su próxima víctima. Así un día la gente diría: regaló el hilo a Teseo y el huso a Dioniso.

Seguía haciendo un calor enorme, y Aura buscaba una fuente. Dioniso pensó que de todas sus armas sólo disponía de una: el vino. Cuando Aura acercó los labios a la fuente, se mojó con un líquido desconocido. Nunca había probado algo semejante. Estupefacta y torpe, se tendió a la sombra de un gran árbol y se durmió. Descalzo, silencioso, Dioniso se acercó. Le quitó inmediatamente el carcaj y el arco y los ocultó detrás de una piedra. El temor no le abandonaba. En aquellos días, sus pensamientos volvían siempre a otra cazadora que había conocido, Nicea. Parecía que su cuerpo hubiera saqueado toda la belleza del Olimpo. También ella rechazaba a los hombres, y cuando el pastor Himno se le había aproximado para hablarle de su devota pasión, Nicea había acallado sus palabras hundiéndole una flecha en la garganta. Fue entonces cuando los bosques resonaron con palabras que recordaban una cantinela infantil: “El hermoso pastor ha muerto, la bella doncella lo ha matado.” La cantinela sonaba en la mente de Dioniso mientras sus diestras manos ataban con una cuerda los pies de Aura. Luego le pasó otra cuerda alrededor de las muñecas. Aura seguía durmiendo, en una tibia ebriedad, y Dioniso la poseyó atada. Era un cuerpo abandonado, adormilado sobre la tierra desnuda, pero la propia tierra se balanceaba para celebrar las nupcias y la copa del pino era sacudida por la Amadríada. Mientras Dioniso sentía sobre el cuerpo de Aura un placer inmenso, exaltado por la cobardía, la cazadora se adentraba en un sueño turbio, que continuaba otro sueño. Sus brazos delicadamente apoyados sobre los de Afrodita y de Adonis se habían cerrado ahora en un solo nudo con aquella carne extraña, y las muñecas se le retorcían en un espasmo horroroso de un placer que no pertenecía a ella, sino que pertenecía a ellos, aunque se comunicaba con ella a través de las venas soldadas de las muñecas. Y, mientras tanto, Aura veía su cabeza doblegada como la de la leona capturada. Asentía a su propia ruina. Dioniso se separó de ella. Siempre silencioso, de puntillas, fue a recoger el arco y el carcaj y los depositó junto al cuerpo descubierto de Aura. Le soltó los pies y las muñecas. Regresó al bosque.

Al despertar, Aura vio sus muslos desnudos, el cinturón desceñido sobre sus senos. Pensó que se volvía loca. Bajó al valle gritando. De la misma manera que tiempo atrás había atacado leones y jabalíes, ahora atacaba con sus flechas mayorales y pastores. Su paso quedaba salpicado de manchas de sangre. Asaeteó a los cazadores que encontraba. Llegaba a una viña, mató a los vendimiadores que estaban trabajando, porque sabía que eran devotos de Dioniso, un dios enemigo, aunque Aura creía que jamás lo había visto. Llegó a un templo de Afrodita y flageló la estatua de la diosa. Después la levantó del pedestal y la arrojó a las aguas del Sangario, con la fusta enrollada en torno de las caderas marmóreas. Luego se ocultó de nuevo en su bosque. Pensaba en cuál de los dioses podía haberla estuprado, y los maldecía uno por uno. Arrojaría flechas en sus santuarios. Mataría a los propios dioses. Y antes que a nadie a Afrodita y a Dioniso. En cuanto a Artemis, merecía todo su desprecio: la diosa virgen no había sabido protegerla, de la misma manera que no había sabido responder a sus pocas palabras burlonas, y tan divertidas, sobre sus senos turgentes y pesados. Aura quería abrirse el vientre para extraer de él el semen del desconocido. Se ofreció a una leona, pero la leona no la aceptó como víctima. Habría querido conocer a su esposo para hacerle comer su hijo.

Entonces apareció Artemis, con una risa maliciosa. Se reía de Aura porque caminaba lenta, con paso pesado, como las mujeres embarazadas, ya no con el paso del viento. ¿Y qué sería Aura sin la ligereza? Le preguntó también qué regalos le había dejado Dioniso su esposo. ¿Le había dado tal vez unos sonajeros para que jugaran sus niños? Después desapareció. Aura siguió errante. Pronto sintió los dolores del parto. Fueron larguísimos. Mientras Aura sufría, Artemis apareció una vez más para reírse de ella. Nacieron dos gemelos. Dioniso se sentía orgulloso, pero temía que Aura los matara. Llamó entonces a la cazadora Nicea: también a ella la había engañado con el vino, la había forzado mientras dormía, la había abandonado, también ella había parido una hija: Teleté, la “iniciación”, la “última realización.”

Para un dios, la repetición es señal majestuosa, el sello de la necesidad. Entonces Nicea, aquella doncella resplandeciente que había hecho manar chorros de sangre de la garganta de un buen pastor, sólo porque se había atrevido a dirigirle unas palabras de amor, vivía como una pobre mujer al telar. (¿Tendría que haberle dado a ella el huso de Ariadna?) Pero entonces Nicea podría comprobar que su suerte era compartida por otra. Podría consolarse, dijo Dioniso, porque se daría cuenta de que pertenecía al canon divino. Pero su papel no había terminado: debía llegar a ser cómplice del dios, ayudarle a salvar por lo menos uno de los gemelos que Aura estaba por aniquilar. El mundo, el mundo entero, el mundo alejado de los bosques, el que está hecho de templos, de naves y de mercados, esperaba dos nuevas criaturas: una era la propia hija de Nicea, Teleté; la otra era uno de esos gemelos en manos de Aura, poseída por el dolor.

Aura, mientras tanto, alzó a los recién nacidos al cielo, al viento que le había empujado en su vida, y los dedicó a las brisas. Quería que se rompieran. Ofreció los dos recién nacidos a una leona para que los devorara. Pero en la cueva entró una pantera: lamió con ternura los cuerpos de los dos infantes y los alimentó, mientras dos serpientes protegían la entrada a la cueva. Aura cogió entonces en sus manos a uno de los dos hijos, lo arrojó al aire y, cuando cayó en el polvo, se le echó encima para despedazarlo. Artemis, aterrorizada, intervino: cogió al otro hijo y, llevando por primera vez en su vida un niño en brazos, huyó al bosque.

Aura se encontró de nuevo sola. Bajó a las orillas del Sangario, arrojó arco y carcaj al río, y después se zambulló. Las olas cubrieron su cuerpo. De sus senos manaba agua. El recién nacido superviviente fue entregado por Artemis a Dioniso. El padre recogió a los dos pequeños, nacidos de las dos doncellas estupradas en el sueño, y los llevó a los lugares de los misterios. También Artemis estrechó al niño en su pecho de virgen. Después lo entregó a las Bacantes de Eleusis. En el Ática, encendían antorchas en su honor. Era Yaco, el nuevo ser que aparecía en Eleusis. Para quien tenía la suerte de verle, la vida se volvía feliz. Los demás no sabían qué era la felicidad.

Para Dioniso se había acabado el tiempo de los vagabundeos y de las conquistas. Quedaba la subida al Olimpo. Ariadna regresaba todavía, a veces, a sus pensamientos. Llevó a la montaña una guirnalda en su memoria. Luego se sentó en la mesa de los Doce. Su asiento estaba al lado de Apolo. (págs. 33-39, Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso).

DIONISO Y AMPELO.


El primer amor de Dioniso fue un muchacho. Se llamaba Ampelo. Jugaba con el joven dios y los Sátiros en las orillas del Patolo, en Lidia. Dioniso contemplaba sus largos cabellos sobre el cuello, la luz que emanaba su cuerpo mientras salía del agua. Se ponía celoso cuando le veía luchar con un sátiro y sus pies se entrelazaban. Entonces quiso ser el único en compartir los juegos de Ampelo. Fueron dos "atletas eróticos". Se revolcaban por el suelo, y Dioniso se regocijaba cuando Ampelo le derribaba y se montaba sobre su vientre desnudo. Después se limpiaban el polvo y el sudor de la piel en el río. Inventaban nuevas competiciones. Ampelo vencía siempre. Se coronó con una sarta de serpientes, como veía hacer al amigo. Y también le imitaba cuando vestía una túnica manchada. Aprendía a tratar con familiaridad osos, leones y tigres. Dioniso le animaba, pero una vez le previno: no tienes por qué temer a fiera alguna, guárdate sólo de los cuernos del toro despiadado.

Cierto día, Dioniso estaba a solas cuando vio una escena que le pareció un presagio. Un dragón cornudo apareció entre las rocas. Llevaba en el lomo un cabrito. Lo arrojó sobre un altar de piedra y hundió un cuerno en su cuerpecillo inerme. En la piedra quedó un charco de sangre. Dioniso observaba y sufría, pero al sufrimiento se mezclaba una invencible risa, como si su corazón estuviera dividido en dos. Después encontró a Ampelo, y siguieron vagando, siempre de caza. Ampelo se divertía tocando una flauta de caña, y tocaba mal. Pero Dioniso no se cansaba de elogiarle, porque mientras tanto le miraba. A veces, Ampelo recordaba la advertencia de Dioniso con respecto al toro, y cada vez le era más incompresible. Ahora conocía todas las fieras, y todas eran amigas suyas: ¿por qué debía rehuir al toro? Y un día, mientras se hallaba solo, encontró un toro entre las rocas. Estaba sediento, y le colgaba la lengua. El toro bebió, después miró al muchacho, después eructó, y una baba le asomo por la boca. Ampelo intentó acariciarle los cuernos. Confeccionó una fusta de junco y una especie de brida. Apoyó sobre el lomo del toro una piel coloreada y lo montó. Por unos instantes sintió una ebriedad que ninguna fiera le había dado antes. Pero Selene, celosa, le veía desde arriba y le envió un tábano. El toro, nervioso, comenzó a galopar, escapando de aquel aguijón odioso. Ampelo ya no controlaba a la bestia. Una última sacudida le arrojó al suelo. Se oyó el seco sonido de su cuello al romperse. El toro le arrastraba por un cuerno, que se hundía cada vez más en la carne.

Dioniso descubrió a Ampelo ensangrentado en el polvo, pero todavía hermoso. Los Silenos, en círculos, iniciaron sus lamentos. Pero Dioniso no podía acompañarles. Su naturaleza no le permitía las lágrimas. Pensaba que no podría seguir a Ampelo al Hades, porque era inmortal: se prometía matar con su tirso a la estirpe entera de los toros. Eros, que había adoptado el aspecto de un hirsuto Sileno, se acercó para consolarle. Le dijo que la punzada de un amor sólo podía curarse con la punzada de otro amor. Y que mirara a otra parte. Cuando cortan una flor, el jardinero planta otra. Sin embargo, Dioniso lloraba por Ampelo. Era la señal de un acontecimiento que cambiaría su naturaleza, y la naturaleza del mundo.

En ese momento las Horas se apresuraron hacia la casa de Helio. Se preanunciaba una escena nueva en la rueda celeste. Había que consultar las tablas de Harmonía, donde la mano primordial de Fanes había grabado, en su secuencia, los acontecimientos del mundo. Helios las mostró, colgadas de una pared de su casa. Las Horas contemplaban la cuarta tabla: se veía al León y a la Virgen, y a Ganímedes con una copa en la mano. Leyeron la imagen: Ampelo se convertiría en la vid. Aquel que había aportado el llanto al dios que no llora aportaría también delicia al mundo. Entonces Dioniso se recuperó. Cuando la uva nacida del cuerpo de Ampelo estuvo madura, separó los primeros racimos, los estrujó con dulzura entre las manos, con un gesto que parecía conocer desde siempre, y contempló sus dedos manchados de rojo. Luego los lamió. Pensaba: “Ampelo, tu final demuestra el esplendor de tu cuerpo. Incluso muerto, no has perdido tu color rosado.” Ningún otro dios, ni siquiera Atenea con su sobrio olivo, y tampoco Deméter con su pan tonificante, tenían en su poder algo que se aproximara a aquel licor. Era justamente lo que le faltaba a la vida, lo que la vida esperaba: la ebriedad. (págs. 39-40, Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso).

DIONISO-ARIADNA


Floreciente de juventud, con el estrépito de su cortejo, Dioniso irrumpió en Naxos ante Ariadna abandonada. Eros revoloteaba a su alrededor como un delicado abejorro. En las manos de las mujeres que le seguían había tirsos espesos, pedazos sanguinolentos de un novillo, cestas con los objetos sagrados. Dioniso acababa de llegar del Ática. Allí había realizado un gesto que nadie olvidaría: había descubierto el vino. Dejaba a sus espaldas un licor prodigioso y el cuerpo de otra doncella abandonada. Después del paso de Dioniso, Erígone se colgó de un árbol. Pero su historia no tenía un marco de realeza, ni llegaría a ser transmitida, de verso en verso, por una cadena de poetas. Erígone tardó en encontrar sus poetas, dos eruditos de la Antigüedad tardía, de aquellos que, ya sofocados por los tiempos, se sentían casi obligados a referirse a los secretos eludidos antes de ellos: Eratóstenes y Nono, dos egipcios.

Deméter había revelado el pan al Ática, y un lugar sagrado, Eleusis, estaba dedicado al acontecimiento. Dioniso había revelado el vino al Ática entre la gente humilde, pero sólo una fiesta de máscaras, muñecas y columpios recordaría aquel día. Había algo muy oscuro en la historia, y la memoria ritual lo traspuso en un aura de juego, infantil y siniestro.

DIONISO, ICARIO e ERÍGONE (EL VINO)


Dioniso apareció, Huésped Desconocido, en la casa de un viejo jardinero del Ática. Icario vivía con su hija Erígone, le gustaba plantar árboles nuevos, su casa era pobre. Acogió al Desconocido con el gesto de Abrahám cuando invita al ángel, dejando vacío en la mente el lugar del huésped. De ese gesto descienden todos los dones. Inmediatamente Erígone se levantó para ordeñar leche de cabra para el huésped. Dioniso la detuvo, con dulzura, con ese gesto que un día un filólogo definiría “un adorable faux pas”. Estaba a punto de revelar a su padre, “por la equidad y la devoción que mostraba”, algo que nadie había conocido antes: el vino. Ahora Erígone servía a su padre copas y copas de aquel nuevo licor. Icario se sentía feliz. Dioniso le explicó entonces que aquel nuevo licor era tal vez más poderoso que el pan que Deméter había revelado a los demás campesinos, puesto que sabía despertar y sabía adormecer, y eliminaba los dolores que traspasan el alma, los volvía líquidos y fugaces. Entonces, se trataba de transmitir a los demás esa revelación, como en un tiempo le había correspondido a Triptólemo hacer con el trigo.

¿Fue entonces cuando Dioniso sedujo a Erígone? No lo sabemos. Sólo un verso de Ovidio, como un resto marítimo, ha sobrevivido para contárnoslo. Aracne tuvo la insolencia de competir con Atenea en el arte de tejer. Su tela mostraba a Europa raptada por el toro: y se veían los pies de la doncella apartarse temerosos del agua. Se veía también a Leda bajo las alas del cisne. Y a Dánae cubierta por una lluvia de oro. Y a Asteria prisionera de un águila. Y se veía asimismo a Erígone, que Dioniso engañaba con la uva (“falsa deceperit uva”). Nada más nos dice Ovidio. Pero la secuencia tejida por Aracne sólo incluía, a modo de desafío, historias vergonzosas para los dioses. Así que Erígone había sido seducida y engañada por aquella uva prodigiosa. Otros nos cuentan que Dioniso y Erígone tuvieron también un hijo: se llamaba Estáfilo, “racimo de uva”, el mismo nombre de un hijo que otros atribuyeron a Dioniso y Ariadna.

Icario obedeció la orden de Dioniso. Subió a su carro y recorrió el Ática mostrando aquella planta de jugo admirable. Una noche, bebía con unos pastores. Algunos cayeron en un sueño profundo. Parecía que ya no iban a despertar. Los pastores comenzaron a sospechar de Icario. ¿No habría ido a envenenarles para llevarse sus rebaños? Sintieron entonces un impulso homicida. Rodearon a Icario. Uno llevaba en la mano una hoz, otro una pala, otro un hacha, otro una piedra enorme. Todos golpearon al anciano. Y al final uno lo atravesó con el asador de la cocina.

Mientras moría, Icario recordó una anécdota que le había ocurrido un poco antes. Dioniso le había enseñado a plantar y cuidar las vides. Icario seguía su crecimiento con la mirada amorosa que tenía para los árboles, en la espera de poder exprimir con sus manos el jugo. Un día sorprendió un macho cabrío comiendo las hojas de la vid. Sintió una gran furia e inmediatamente mató al macho cabrío. Ahora sabía que aquel macho cabrío era él mismo.

Pero algo más había ocurrido en torno de aquel macho cabrío. Icario lo había despellejado y, tras ponerse la piel del macho cabrío muerto, había improvisado una danza junto con otros campesinos alrededor del cuerpo lacerado del animal. Icario no sabía, mientras moría, que aquel gesto había sido el origen de la tragedia, pero sabía que la historia del macho cabrío estaba ligada con lo que le estaba sucediendo, mientras los pastores giraban a su alrededor y cada uno de ellos le hería con una arma diferente, hasta que vio el asador que le atravesaría el corazón. (págs. 42-43, Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso).

De las mujeres subidas al cielo, Erígone es la más pobre, la menos conocida. La llamaban Aletis: la errante, el alma vagabunda, la mendiga. Será, sin embargo, su perro Maira el que ocupará en el cielo una posición eminente, central, tanto para bien como para mal: se convertirá en Sirio. Un día Erígone fue despertada por los ladridos de Maira. El padre llevaba meses desaparecido. La hija le buscaba por todas partes, vagabunda y muda. Erígone notó que Maira tiraba de su falda. El perro quería conducirla a un lugar. Era un pozo debajo de un gran árbol, donde habían arrojado el cadáver de Icario. Erígone lo sepultó. Luego subió al árbol y se ahorcó. Maira se quedó custodiando los dos cuerpos y se dejó morir.

El Ática no tardó en verse afectada por una singular epidemia de suicidios: como los escolares al despertar de la primavera en la Alemania de Wedekind, también en Atenas las doncellas se ahorcaban sin razón aparente. El oráculo de Apolo sugirió el remedio: instaurar una fiesta en honor de aquella hija de un campesino colgada de una horquilla del gran árbol encima del pozo. En el centro de la fiesta estaba el juego del columpio. Después se colgaban muñecas y máscaras de las frondas de los árboles. Y oscilaban al viento.

Mientras tanto, los asesinos de Icario se habían refugiado en la isla de Ceo. Eran los días de la canícula, dominados por Sirio, y un destructivo calor asoló la isla. Todo se secaba y moría. Esta vez Apolo habló a través de su hijo Aristeo, que era el rey de la isla. Los asesinos de Icario debían ser castigados. Inmediatamente después de su muerte comenzaron a soplar los frescos vientos etesios, el meltemi que permite la vida en Grecia y que a partir de entonces reaparece cada año, junto con la canícula.

Desde una roca, Ariadna contempla a Fedra en el columpio. Su madre, Pasífae, se ahorca. Ariadna se ahorca. Fedra se ahorca. Erígone se ahorca. Erígone no es una princesa, pero ella será la que subirá al cielo como ahorcada. Su morada celeste es la constelación de la Virgen. Ariadna está cerca de ella, en el cielo, pero como esposa de Dioniso. Con Erígone llegamos al origen de las ahorcadas. Y con ella volvemos al columpio. El modelo de ese juego es “el columpio de oro en el cielo” que menciona el Rig Veda. Cada vez que el sol se acerca a los solsticios, está a punto de enloquecer; el mundo tiembla, porque la carrera del astro podría seguir, por inercia, en lugar de invertir la ruta. Y justamente allí se dibuja aquel arco del círculo que es el columpio de oro en el cielo. Llegado al final de su oscilación, el sol retrocede, como la doncella ateniense que un Sátiro empuja en el columpio. Pero, para que esto ocurra, se precisan víctimas. Unas cuantas víctimas culpables, como los asesinos de Icario. Pero, antes que ellos, una víctima absolutamente inocente: Erígone. La oscilación se detiene en la perpendicular de la ahorcada.

El árbol del que Erígone está colgada es más que grande, es inmenso: recorre toda la tierra, y sus ramas se pierden entre las constelaciones. En el cielo, Erígone sostiene una espiga en la mano. Rechazó un racimo de aquella uva que había conducido a su padre y a ella a la muerte. Las últimas palabras de Icario habían sido: “El dulce (Dioniso) es enemigo de Erígone.” Esa huérfana ahorcada nos recuerda la muerte no reabsorbida, la que permanece vagando en el aire, con las almas de los difuntos, muñecas y máscaras colgadas de un árbol.

Erígone es una Isis a quien la ley mística de la inversión arroja al extremo opuesto de la soberana celeste: suya es la máxima impotencia terrena, la de la huérfana pobre y peregrina. Pero también Isis había sido mendiga en su tierra, cuando buscaba el cuerpo de Osiris. En el cielo, Isis y Erígone se encuentran en la misma constelación: la Virgen. Cerca de ellas, en Sirio, ven al perro que las ha ayudado: Anubis a Isis, Maira a Erígone. Después de la muerte de Osiris, Isis se arranca un rizo. También Erígone se arranca un rizo después de la muerte de Icario. No lejos de la Virgen y del Can, los encontramos aposentados en la cabellera de Berenice, llamada también “rizo”, y también “rizo de Ariadna”. Y Nono utiliza la misma palabra, bótrys, tanto en el sentido de “rizo” como en el sentido de “racimo de uva”. Dioniso también seguía a Erígone en el cielo, como don del luto.

Dioniso llegaba a Atenas, para las Antesterias, junto con las almas de los difuntos, y con ellas desaparecía. Se abrían las grandes ánforas selladas, corría el vino nuevo. Lo transportaban en carretas arrastradas por asnos al santuario de Dioniso en las Lagunas y loaban al dios. Era un lugar fantasmal: allí donde se alzaba el pequeño santuario no había, y nunca había habido, laguna alguna. Pero los dioses habitan una naturaleza posterior, respecto de la nuestra: a ella pertenecía la laguna de la que Dioniso debía emerger. Se reunían campesinos, esclavos y braceros de los grandes propietarios. Bailaban y esperaban la fiesta. El santuario se abría a la puesta del sol, sólo ese día en todo el año. Era un día contaminado. En las puertas de las casas, la negrura de la pez fresca recordaba los espíritus que vagaban y, al final, serían expulsados. Todos los restantes santuarios eran cerrados y rodeados con cuerdas. La parálisis afectaba al nervio de la ciudad.

De noche, un trompetazo iniciaba la contienda entre los bebedores. “El rey bebe, la reina ríe”. Pero bebían sin hablar, sin cantar, sin rezar. Se había juntado una gran multitud, debajo de muchos techos, cada cual con su jarra. Sin embargo, reinaba el mismo silencio que el heraldo pedía durante el sacrificio. Hasta los niños tenían su mesa y su jarra, pero callaban. Un huésped invisible estaba entre ellos: Oreste el impuro, que un día había buscado refugio en Atenas. Nadie se había atrevido a acogerle, pero tampoco a expulsarle. Atenas ama a los culpables. Sentado solo a una mesa, con una jarra para él, el matricida había bebido en silencio. Y aquél había sido el primer día de la fiesta, el Coe. Vino y sangre se confundían, como cuando Icario había sido asesinado por los pastores. De las grandes ánforas, junto con el vino, se habían liberado los difuntos, y se paseaban enmascarados. Había muchas mujeres: Ninfas u otras criaturas de Dioniso. Pedían comida y vino, mendigas como Erígone. Ninguna debía quedar desatendida. Al final, todos llevaban las jarras y las coronas de hiedra al santuario de Dioniso como juguetes rotos. De noche, se les veía tambalearse entre las antorchas, cuando las catorce damas de honor elegidas por el rey prestaban juramento secreto sobre las cestas. Después comenzaba un nuevo cortejo, del santuario a la casa del arconte rey, sobre el agorá. Y en su interior, en el mismo lecho del rey, Dioniso ocuparía su lugar y poseería a la reina, la Basilina. Aquel lugar no era un templo, sino la casa de un alto funcionario, y la Basilina no era una sacerdotisa del dios. Por una noche, Dioniso imponía su presencia en el lecho de un ilustre ciudadano. Aquel día había desembarcado de una nave en El Pireo, marinero llegado de lejos. Su nave había sido izada solemnemente hasta la ciudad. Ahora exigía una noche amorosa, rodeada del secreto. Una proa todavía húmeda sellaba la puerta de un aposento en el centro de la ciudad.

Dioniso llega de improviso y posee. Grande fue el escándalo cuando un día, en el papel de la Basilina, se encontró a la hija de una famosa hetera que ni siquiera era ateniense, Neera, que había vendido innumerables veces su propio cuerpo y enseguida se había ocupado de vender también el de la hija, hasta que el rufián y sicofante que actuaba como su marido había conseguido desposar a la muchacha con un ateniense de antigua familia, uno de los Coroínidas, que después se había convertido en arconte rey. Así que el dios había encontrado para acogerle una muchacha ya acostumbrada a tratar con clientes y proxenetas. (págs. 44-47, Las Bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso).



juancas

AUDIOS IVOOX.COM y EMBEDR PLAYLIST



IVOOX.COM


PRINCIPALES de ivoox.com

    BIBLIA - LINKS en ivoox.com

  1. BIBLIA I - LINKS en ivoox.com - domingo, 26 de agosto de 2012
  2. BIBLIA II - LINKS en ivoox.com - sábado, 29 de diciembre de 2012
  3. BIOGRAFÍAS - LINKS - ivoox.com

  4. BIOGRAFÍAS - LINKS - ivoox.com - domingo, 26 de agosto de 2012
  5. EGIPTO - LINKS - ivoox.com

  6. EGIPTO - LINKS - ivoox.com - domingo, 26 de agosto de 2012
  7. Deepak Chopra - Eckchart Tolle - LINKS - ivoox.com

  8. Deepak Chopra - Eckchart Tolle - LINKS - ivoox.com - martes, 28 de agosto de 2012
  9. HISTORIA en GENERAL - LINKS

  10. HISTORIA en GENERAL - LINKS - jueves, 4 de octubre de 2012

PLAYLIST - EMBEDR


  1. JESUCRITO I - viernes 13 de enero de 2012
  2. Mundo Religioso 1 - miércoles 28 de diciembre de 2011
  3. Mundo Religioso 2 - jueves 29 de diciembre de 2011
  4. Mitología Universal 1 (Asturiana) - jueves 29 de diciembre de 2011
  5. El Narrador de Cuentos - UNO - jueves 29 de diciembre de 2011
  6. El Narrador de Cuentos - DOS - jueves 29 de diciembre de 2011

MEDICINA NATURAL, RELAJACION

  1. Medicina Natural - Las Plantas Medicinales 1 (Teoría) - miércoles 28 de diciembre de 2011
  2. Medicina Natural - Plantas Medicinales 1 y 2 (Visión de las Plantas) - miércoles 28 de diciembre de 2011
  3. Practica de MEDITATION & RELAXATION 1 - viernes 6 de enero de 2012
  4. Practica de MEDITATION & RELAXATION 2 - sábado 7 de enero de 2012

VAISHNAVAS, HINDUISMO

  1. KRSNA - RAMA - VISHNU -  jueves 16 de febrero de 2012
  2. Gopal Krishna Movies -  jueves 16 de febrero de 2012
  3. Yamuna Devi Dasi -  jueves 16 de febrero de 2012
  4. SRILA PRABHUPADA I -  miércoles 15 de febrero de 2012
  5. SRILA PRABHUPADA II -  miércoles 15 de febrero de 2012
  6. KUMBHA MELA -  miércoles 15 de febrero de 2012
  7. AVANTIKA DEVI DASI - NÉCTAR BHAJANS -  miércoles 15 de febrero de 2012
  8. GANGA DEVI MATA -  miércoles 15 de febrero de 2012
  9. SLOKAS y MANTRAS I - lunes 13 de febrero de 2012
  10. GAYATRI & SHANTI MANTRAS - martes 14 de febrero de 2012
  11. Lugares Sagrados de la India 1 - miércoles 28 de diciembre de 2011
  12. Devoción - PLAYLIST - jueves 29 de diciembre de 2011
  13. La Sabiduria de los Maestros 1 - jueves 29 de diciembre de 2011
  14. La Sabiduria de los Maestros 2 - jueves 29 de diciembre de 2011
  15. La Sabiduria de los Maestros 3 - jueves 29 de diciembre de 2011
  16. La Sabiduria de los Maestros 4 - jueves 29 de diciembre de 2011
  17. La Sabiduría de los Maestros 5 - jueves 29 de diciembre de 2011
  18. Universalidad 1 - miércoles 4 de enero de 2012

Biografías

  1. Biografía de los Clasicos Antiguos Latinos 1 - viernes 30 de diciembre de 2011
  2. Swami Premananda - PLAYLIST - jueves 29 de diciembre de 2011

Romanos

  1. Emperadores Romanos I - domingo 1 de enero de 2012

Egipto

  1. Ajenaton, momias doradas, Hatshepsut, Cleopatra - sábado 31 de diciembre de 2011
  2. EL MARAVILLOSO EGIPTO I - jueves 12 de enero de 2012
  3. EL MARAVILLOSO EGIPTO II - sábado 14 de enero de 2012
  4. EL MARAVILLOSO EGIPTO III - lunes 16 de enero de 2012
  5. EL MARAVILLOSO EGIPTO IV - martes 17 de enero de 2012
  6. EL MARAVILLOSO EGIPTO V - miércoles 18 de enero de 2012
  7. EL MARAVILLOSO EGIPTO VI - sábado 21 de enero de 2012
  8. EL MARAVILLOSO EGIPTO VII - martes 24 de enero de 2012
  9. EL MARAVILLOSO EGIPTO VIII - viernes 27 de enero de 2012

La Bíblia

  1. El Mundo Bíblico 1 - lunes 2 de enero de 2012 (de danizia)
  2. El Mundo Bíblico 2 - martes 3 de enero de 2012 (de danizia)
  3. El Mundo Bíblico 3 - sábado 14 de enero de 2012
  4. El Mundo Bíblico 4 - sábado 14 de enero de 2012
  5. El Mundo Bíblico 5 - martes 21 de febrero de 2012
  6. El Mundo Bíblico 6 - miércoles 22 de febrero de 2012
  1. La Bíblia I - lunes 20 de febrero de 2012
  2. La Bíblia II - martes 10 de enero de 2012
  3. La Biblia III - martes 10 de enero de 2012
  4. La Biblia IV - miércoles 11 de enero de 2012
  5. La Biblia V - sábado 31 de diciembre de 2011








TABLA - FUENTES - FONTS

SOUV2
Balaram
ScaGoudy
FOLIO 4.2
Biblica Font





free counters

Disculpen las Molestias


Planet ISKCON - 2010  ·  Planet ISKCON - 2011

Maestros Espirituales

IVOOX.COM

PRINCIPALES

BIBLIA - LINKS en ivoox.com


  • BIBLIA I - LINKS en ivoox.com - domingo, 26 de agosto de 2012
  • BIBLIA II - LINKS en ivoox.com - sábado, 29 de diciembre de 2012

  • VIDA de los SANTOS - LINKS en ivoox.com

    VIDA de los SANTOS - LINKS en ivoox.com - domingo, 28 de octubre de 2012

    BIOGRAFÍAS - LINKS - ivoox.com

    BIOGRAFÍAS - LINKS - ivoox.com - domingo, 26 de agosto de 2012

    EGIPTO - LINKS - ivoox.com

    EGIPTO - LINKS - ivoox.com - domingo, 26 de agosto de 2012

    Deepak Chopra - Eckchart Tolle - LINKS - ivoox.com

    Deepak Chopra - Eckchart Tolle - LINKS - ivoox.com - martes, 28 de agosto de 2012

    HISTORIA en GENERAL - LINKS

    HISTORIA en GENERAL - LINKS - jueves, 4 de octubre de 2012

    ARCHIVOS AKASHICOS

    Archivos Akashicos - LINKS - sábado, 29 de diciembre de 2012

    Documentales Sonoros (misteriosemanal.com)

    Documentales Sonoros (www.misteriosemanal.com) - LINKS - sábado, 5 de enero de 2013

    OTRAS - LINKS - ivoox.com

    AUDIO en ivoox.com - LINKS

    No hay comentarios:

    Publicar un comentario